El primer día de clase de
filosofía, el profesor, nada más entrar por la puerta, dijo:
-“Separen las mesas. Vamos a hacer un examen para comprobar el nivel de cada uno. No se preocupen, no cuenta para nota”
-“Separen las mesas. Vamos a hacer un examen para comprobar el nivel de cada uno. No se preocupen, no cuenta para nota”
Los alumnos se
separaron y poco a poco fueron recibiendo la hoja del examen, don de sólo
estaba escrita una pregunta:
“¿Por qué?”
Los alumnos se
miraron entre sí, extrañados. Uno de ellos levantó la mano para preguntar, pero
el profesor lo ignoró deliberadamente hasta que el chico se cansó y la bajó.
Cuando los alumnos comprendieron que no iban a recibir respuesta, algunos
hicieron ademán de empezar a escribir, e incluso hubo alguno que escribió
algunas líneas, pero las borró rápidamente con tipex. Todos miraban a sus
compañeros de al lado con cara de no saber qué hacer.
Uno de ellos,
más tímido y callado que los demás, estaba sentado en una esquina al lado de la
ventana y miraba hacia afuera con expresión soñadora y con el bolígrafo en la
boca. Tampoco él sabía qué poner en el examen. Miraba maravillado a un nido de
un árbol cercano en el que un pequeño pájaro intentaba enseñar a volar a su
polluelo. No podía evitar preguntarse por qué los pájaros volaban y los humanos
no. ¿Y si los pájaros enseñaran a volar a los humanos, podrían ellos hacerlo?
¿O acaso no podían andar a dos patas los perros si se les enseñaba?
Esta era una
de las muchas preguntas absurdas que solía hacerse de pequeño, pero nunca lo
comentaba con nadie, porque no quería que lo tacharan de infantil. Y, sin
embargo, estaba seguro de que los niños pequeños hacían preguntas más
interesantes. La gente afirmaba (aunque dudaba que fuera verdad) que los niños
hacen una media de cuatrocientas preguntas al día. Era una cifra absurda, pero
sí que era cierto que los pequeños preguntaban mucho. ¿Por qué lo harían? ¿Qué
llevaba al ser humano a hacerse preguntas, a querer descubrir y entender cosas?
Sin darse cuenta, se sacó el
bolígrafo de la boca y comenzó a escribir. Sus compañeros, que ya habían
renunciado hace rato a escribir absolutamente nada, lo miraban anonadados. Los
que estaban más cerca de él trataban de mirar lo que escribía para copiarse,
pero les resultaba imposible.
Cuando sonó la
campana, los alumnos entregaron sus exámenes. Esa noche, el profesor se sentó
en su casa para corregir los exámenes. Suponía que no le llevaría demasiado
tiempo, ya que normalmente las hojas estaban vacías y sólo debía poner ceros y
pasar las notas a su libreta. Cuando llegó al examen de nuestro amigo, el
distraído, se sorprendió al verlo escrito. Lo leyó con calma, y cuando acabó
marcó un diez redondo en la parte superior de la hoja.
Esto
era lo que el chico había escrito:
"Hay
mucha gente por ahí a la que le gusta hacerse preguntas, por ejemplo, a los
filósofos, a los científicos, a los médicos, a los psicólogos... pero, ¿qué
lleva a un niño de apenas unos años de vida a hacerse preguntas? Porque no creo
que este niño trate de encontrar la solución al mayor problema de la humanidad
o trate de adivinar el sexo de los ángeles, y tampoco creo que su objetivo sea
descubrir un nuevo material o una vacuna contra el sida. Así pues, ¿qué
instinto primario lleva a todo ser humano, desde la cuna a la tumba, a
preguntarse por qué?
El otro día,
mientras caminaba por la calle, oí que un niño le preguntaba a su madre: mamá,
¿por qué los humanos no podemos respirar debajo del agua? No pude oír qué
contestaba su madre, pero eso me llevó a preguntarme muchas cosas, como por
ejemplo: ¿por qué no podemos volar? ¿Por qué hay guerras en el mundo? ¿Por qué
no se puede solucionar todo con una varita mágica, como en las películas? ¿Por
qué hablamos? ¿Por qué soñamos? ¿Por qué nos ilusionamos, reímos, lloramos,
sufrimos y amamos? Y entonces, tras haberme hecho a mí mismo todas esas
preguntas, encontré una respuesta. Puede que no fuera la mejor, ni la más satisfactoria,
pero era la mía y eso me gustaba. Mucha gente se pregunta por qué. Y yo, en cambio,
sigo diciendo:
¿Y POR QUÉ NO?"
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HECHO POR: Irene Bello Hernández,
jovena con artes innatas hacia la literatura.
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